domingo, 8 de julio de 2012

La soberbia
La soberbia consiste en concederse más meritos de los que uno tiene. Es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y, por tanto, de lucidez. La soberbia es la pasión desenfrenada sobre sí mismo. Apetito desordenado de la propia persona que descansa sobre la hipertrofia de la propia excelencia. Sus notas más características son prepotencia, presunción, jactancia, vanagloria, estar por encima de todos lo que le rodean.
La soberbia es intelectual y emerge en alguien que realmente tiene una cierta superioridad en algún plano destacado de la vida. Se trata de un ser humano que ha destacado en alguna faceta y sobre una cierta base, el balance propio saca las cosas de quicio y pide y exige un reconocimiento público de sus logros. Para un psiquiatra, estamos ante lo que se llama una deformación de la percepción de la realidad de uno mismo por exceso. Ante la soberbia dejamos de ver nuestros propios defectos, quedando éstos diluidos en nuestra imagen de personas superiores que no son capaces de ver nada a su altura, todo les queda pequeño. En la soberbia uno tiene una enfermedad en el modo de estimarse a sí mismo, en una pasión que tiene sus raíces en los sótanos de la personalidad en donde brota el error por exceso de autonivel.
No podemos olvidar que para estar bien con alguien, para establecer una relación de convivencia estable y que funcione hace falta estar primero bien con uno mismo.
Lo contrario de la soberbia es la humildad. Todo el edificio de la persona equilibrada se basa en una mezcla de humildad y autoestima. Una persona que reconoce sus defectos, lucha por combatirlos y, a la vez, tiene confianza y seguridad en sus posibilidades. Entre la soberbia, el orgullo y la vanidad hay grados, matices, vertientes y cruzamientos recíprocos. Por esos linderos se suele acabar en el narcisismo, patrón de conducta presidido por el complejo de superioridad, la necesidad enfermiza de reconocimiento de sus valías por parte de la gente del entorno y la permanente autocontemplación gustosa. Sólo el amor puede cambiar el corazón de una persona. Cuando hay madurez, uno sabe relativizar la propia importancia, ni se hunde en los defectos ni se exalta en los logros. Y a la vez, sabe detenerse en todo lo positivo que observa en los que le rodean. Saber ser humilde es saber amar lo sencillo, así se tarde tiempo en llegar a ese grado de conciencia. El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad.
Este viernes 6 estaré en la Librería Alpha y Luz (Tlf. 711.06.80) dictando la charla Inteligencia Espiritual. Hora: 7:00 p.m. Los espero.
(*) Escritor, conferencista, autor del libro Retomando Nuestra Esencia.

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